El incidente Furnerius.

© J. A. Menéndez, 2017.


—Base Furnerius, Control Neuquén al habla.

Pat se desperezó. Había caído en un estado de duermevela por puro aburrimiento. El turno de Comunicaciones era un tostón pero bien remunerado y de riesgo mínimo, ideal para descansar después de la paliza de los últimos meses. Hizo fluir saliva por la boca pastosa que se había dejado abierta durante la cabezada y presentaba una textura reseca al haber estado respirando por ella el maldito aire recalentado de la base lunar. ¡La base lunar! Ya no estaba en Marte, el mensaje había salido de la Tierra unos dos segundos antes y esperarían una respuesta inmediata. Nada que ver con los algo más de cuatro minutos de retardo que sufrían las comunicaciones con Marte, casi nueve entre ida y vuelta, y que permitían enmascarar la vagancia a la hora de responder.

—Base Furnerius, Con

—Control Neuquén, Base Furnerius respondiendo —interrumpió el mensaje aún con la lengua medio reseca.

—Hemos detectado actividad sísmica anómala en sus proximidades, coordenadas entrantes por pantalla. ¿Podrían comprobar su naturaleza?

Otro de los cientos de meteoritos que impactaban la superficie lunar cada año, seguro. La actividad sísmica propia del satélite solía estar por debajo del dos en la escala de Richter y resultaba imperceptible en la mayoría de casos.

—Recibido, Control Neuquén. Procedo a comunicar su solicitud. Manténgase a la espera.

—Recibido, Base Furnerius.

¿Quién era el Oficial de Turno? El tipo estirado aquel, creía recordar. No llevaba el tiempo suficiente en Furnerius como para quedarse con los nombres de todos y no planeaba quedarse tanto como para que llegase a importar. En menos de un mes se abrirían las vacantes para el lanzamiento a Ío y una de ellas tenía su nombre. Según el Reglamento de la Base debería comunicar la petición por canal interno pero le apetecía estirar las piernas, así que fue en persona. Aquella gravedad de chiste pasaba factura a la musculatura más rápido de lo que se podía pensar y cualquier ejercicio era bienvenido. Tampoco es que fuese a ser una maratón, el despacho del Oficial de Turno se encontraba en aquel mismo pasillo, apenas a ocho metros dirección norte.

La puerta del despacho estaba entreabierta y la abrió sin molestarse en llamar. Quien se sentaba frente al terminal de Turno no era el tipo estirado, era la pecosa pecaminosa. Ella y el ayudante de cocina eran del poco material potable de la base y ya habían protagonizado algún que otro sueño subido de tono en su cabeza.

—¿Sí, Especialista Hele?

—Neuquén solicita una revisión de actividad sísmica fuera de cronograma.

—El Equipo Sigma aún no ha regresado de Furnerius H. Solicitud denegada por carencia de personal operativo cualificado. Si esos payasos quieren que les ría los chistes, que me amplíen el presupuesto.

—¿Les transmito también lo de los payasos, jefa?

La pecosa pecaminosa levantó la vista del terminal y clavó su mirada en Pat. ¿Se había pasado con el comentario? No la conocía tanto como para predecir su reacción pero tampoco le importaba demasiado. Era más interesante el hecho de poder llamar su atención para individualizarse frente al resto del personal de la base y quizá, quién sabía, acortar distancias.

—¿Leí en su expediente que tenía experiencia de campo en reconocimiento, Hele?

—Así es. Cuatro años en RecMar 6.

—Entonces dígale a Neuquén que su solicitud ha sido aprobada. Transfiera el control de comunicaciones a Li y equípese. Ya tiene las coordenadas, ¿cierto?

Jo… El tiro había salido por la culata. Un paseo por la superficie, qué mal. Todo riesgos y nada que ganar.

—Carezco de formación en lo que sea que haga falta para tratar con… actividades sísmicas.

—Sabe grabar imágenes, así que vaya hasta allí y envíe a Neuquén lo que vea. Llévese un comrover, así podrán indicarle sobre el terreno lo que quieren que haga.

Vale, vale. Resistirse era mala idea. Acababa de complicar aún más el paseíto lunar y tenía otra docena de formas de empeorarlo, mejor dejarlo estar.

—Como ordene, jefa.

—Y no sé cómo hacían las cosas en Marte pero la próxima vez llame antes de entrar.




Las coordenadas estaban situadas al nornoreste de la Base, a unos quince minutos en el rover. Pudo concretar el punto exacto antes de llegar a él porque una nube de polvo lunar en suspensión aún marcaba el lugar del impacto. Su intuición no se había equivocado: un impacto de meteorito. La escasa gravedad permitía que el polvo quedase flotando, aunque en realidad caía a la superficie a una velocidad que hasta los caracoles terrestres considerarían desesperantemente lenta. Tardó unos segundos en darse cuenta de la anomalía. No debería ser capaz de ver el polvo. El ángulo respecto al Sol devolvería sombras en dirección al rover, sombras que no podría distinguir.

—Control Neuquén, Especialista Hele aproximándose a coordenadas. Un análisis preliminar indica impacto de meteorito como causante de la actividad sísmica. ¿Quieren que verifique el pedrusco en sí?

Pedrusco no era bajo ningún estándar una forma remotamente precisa o respetuosa de referirse al meteorito. Confiaba en transmitir desidia y falta de competencia a partes iguales para que Neuquén optase por solicitar la asignación de un turno libre del Equipo Sigma para el estudio, recogida o lo que quisieran hacer.

—Si no es molestia, nos gustaría poder ver el meteorito para decidir el subsiguiente curso de acción.

—Recibido, Control Neuquén. Finalizando aprox

La nube de polvo se iluminó. Desprendía una intensa luz blanquecina que apenas pudo contemplar porque el rover aceleró de improviso. Retrajo la palanca de control para frenar el vehículo pero no tuvo el menor efecto sobre la velocidad. Duró unos segundos, no supo cuántos con exactitud. Siete, diez. No más. Después el polvo dejó de resplandecer y el vehículo se detuvo en seco al entrar en funcionamiento el frenado de emergencia. Se había quedado a pocos metros del borde del cráter, ya bajo la nube de polvo.

—¿Especialista Hele?

—Lo siento, Control Neuquén, he sufrido un altercado con el rover. Ya está resuelto.

—Estábamos a punto de avisar a Base Furnerius porque pensábamos que había tenido un accidente grave. ¿Está en condiciones de explorar el lugar del impacto?

Maldito retardo casi inexistente. En Marte un puñado de segundos no hubieran supuesto ninguna diferencia y allí ya estaban organizando un rescate porque había tardado un poco en contestar. Le costó contener el impulso de responderles que si tanta prisa tenían, subiesen ellos mismos a la Luna para verlo de primera mano. Pero no había sufrido daños y ahora la curiosidad se imponía. El resplandor del polvo no parecía haber venido de él, sino reflejado de lo que hubiese en el interior del cráter. Echar un vistazo desde el borde no supondría mayor riesgo del que ya corría allí, donde cualquier otra roca espacial podía impactar en su posición exacta sin el menor aviso.

—Puedo echar un vistazo desde el borde del cráter. No voy a arriesgar un descenso con el rover pudiendo volver a fallar.

—Como estime oportuno.

Comprobó que el motor del vehículo estaba apagado y bajó de él. Eran pocos metros hasta el borde del cráter pero moverse con traje de protección espacial en aquella gravedad ridícula no era precisamente sencillo. Tampoco lo era la visión que le aguardaba al llegar a su destino. En el centro del profundo cráter había… era… aquello… ¿qué demonios…? Tenía la forma de un misil, pero no como si hubiera impactado en la superficie, todo lo contrario. La cabeza redondeada apuntaba hacia arriba y el cuerpo cilíndrico se adentraba en la roca. Parecía formado por… pura energía. Brillaba. Como un neón. De hecho, parecía un neón pulsante. No era capaz de determinar los bordes precisos del objeto, cuyo brillo aumentaba y disminuía en un ciclo de dos, quizá tres segundos. Podía ser sólido o un plasma contenido o… Ni de broma… Aquella… cosa parecía estar latiendo, como el corazón de un ser vivo. La geología y la astrofísica no eran lo suyo pero no recordaba haber visto nunca nada semejante, y había visto su buena ración de rarezas durante el tiempo en RecMar 6. No podía calcular tampoco su tamaño estimado, la superficie lunar jugaba extraños trampantojos con la mente humana.

—Control Neuquén, espero que estén sentados porque lo van a flipar.

No le dio tiempo a activar la cámara del traje. El brillo del objeto aumentó hasta tal punto que el visor del casco pasó a modo opaco para proteger los ojos de su ocupante. Sintió el brutal impacto del rover en su espalda y rodó por el cráter a oscuras temiendo acabar bajo el peso del vehículo. Se detuvo al chocar con violencia contra algo. No podía moverse, una fuerza que no conseguía determinar mantenía sus miembros inmóviles.

Fueron otro puñado de segundos que duraron una eternidad. Por fin el visor recuperó la transparencia y sus brazos y piernas se liberaron de la tenaza que los inmovilizaba. Una protuberancia rocosa del terreno había detenido su caída hasta el objeto, que había recuperado la pulsante intensidad de brillo anterior al destello. El rover estaba aplastado contra otro saliente un poco más abajo, convertido en un amasijo de hierros informe. Su espalda se quejó con un dolor sordo que ahogó al resto de molestias que pugnaban por reclamar su atención.

—Control Neuquén, ¿me reciben?

Estática por toda respuesta.

—¿Control Neuquén?

Nada. La antena del comrover estaría fuera de servicio y con ella las comunicaciones al planeta. Intentó incorporarse. La pierna derecha le falló. No podía sostenerse sobre ella. Huesos rotos, o peor. Los sistemas del traje habrían intervenido para cancelar el dolor y que su ocupante no perdiese la consciencia.

Se sentó de espaldas a la protuberancia rocosa y cambió la frecuencia a la banda de comunicaciones de emergencia.

—Base Furnerius, Especialista Hele al habla. ¿Me reciben?

—Aquí Base Furnerius. ¿Especialista Hele? ¿Es usted?

No era la voz aflautada de Li, era una voz de hombre que no pudo reconocer.

—He sufrido un accidente en las coordenadas de la actividad sísmica que iba a comprobar. El rover no está operativo y he sufrido daños importantes. Solicito evacuación de emergencia.

—Manténgase a la espera, Hele.

—¿Qué? Oiga, no me ponga en espera… ¿Oiga?

Se dio unos golpes en la pierna derecha del traje. Nada, no sintió nada. O el traje había sedado la extremidad o…

—¿Especialista Hele? ¿Está ahí?

Esta vez sí reconoció la voz. La pecosa pecaminosa.

—Sí, jefa. Necesito evacuación urgente en las coordenadas que fui a comprobar a petición de Neuquén.

—¿Qué tipo de broma es esta?

—Es complicado de explicar pero el meteorito en reali

—Está en las instalaciones de la Edison, ¿verdad? —cortó seca.

—¿Qué? ¡No! Como ya le he dicho, estoy en las coordenadas de la actividad sísmica. El rover está destruido y no siento la pierna derecha. Tienen que venir a por mí ya.

—Tiene que estar en Edison, no hay otra explicación. Es la única otra instalación lunar a la que pudo llegar con el soporte vital de su traje. ¿Por qué? ¿Por qué traicionar a la Compañía y pasarse a la competencia?

—Pero... Pero… ¿Está escuchando algo de lo que digo? He caído en el maldito cráter que me mandó a explorar para Neuquén.

—Eso fue hace tres días. Su traje tenía autonomía para seis horas máximo.

—Pero qué tres días ni qué tres tonterías. No hace ni media hora que salí de Base Furnerius.

—Paralicé toda la actividad programada y destiné todo el personal disponible para su búsqueda. Menuda imbécil fui.

—¡Que estoy en el cráter!

—Las coordenadas de Neuquén fueron el primer lugar que revisaron. Un cráter poco profundo sin rastros de actividad reciente.

—A ver, vale. Lo siento de verdad, ¿vale? Me pasé de la raya en su despacho. Soy idiota. Métame un puro, quíteme parte de la paga, ponga una falta en mi expediente, lo que sea. Pero vale ya de castigo psicológico o lo que sea esto. La situación es grave de verdad como para andar con jueguecitos.

—Ha supuesto usted una gran decep

La pared del cráter frente a Pat se iluminó al mismo tiempo que la comunicación se interrumpía. El visor se volvió opaco unos instantes después y sintió cómo su espalda era aplastada contra el saliente rocoso con una fuerza descomunal. Temió que su columna pudiera llegar a partirse. No podía ni hacer funcionar los pulmones por la presión a la que estaban sometidos. Tras otro puñado de segundos la presión desapareció para seguir con la vuelta a la transparencia del visor.

—Parece como si el meteorito ejerciese un intenso campo gravitatorio que viene y va. Tienen que estar detectándolo en Neuquén, jefa, ellos se lo podrán confirmar.

Estática.

—¿Jefa?

Nada.

Maldición.




Tres Empujones después seguía sin poder contactar con Base Furnerius. Lo intentaba cada vez para recibir siempre lo mismo como respuesta: estática. Había decidido llamar al fenómeno el Empujón. El Empujón de Hele. Como lo había descubierto tenía derecho a ponerle nombre. Pero para que fuese oficial antes tenía que conseguir salir con vida de allí. Había medido el tiempo entre Empujones: ciento cincuenta y siete segundos exactos. Dudaba que en sus condiciones actuales pudiese llegar arrastrándose hasta el amasijo informe del rover en ese intervalo, ni hablar de intentar subir por la pendiente del cráter para salir de allí. Lo más que conseguiría sería subir unos metros para regresar por donde había venido cuando el Empujón atrajese todo hacia el objeto con su tirón gravitatorio. El rover era más factible porque ni siquiera tenía que llegar hasta él en realidad, sólo hasta la vertical de su posición. Después el Empujón de turno haría el resto. Cada Empujón se prolongaba durante once segundos exactos, tiempo suficiente para que la atracción hiciese su trabajo y acabar dándose otro golpe de campeonato contra el vehículo. Mejor eso que permanecer allí sin hacer nada. Si lo de la pierna era grave… no podía descartar que en algún momento perdiese la consciencia. Y ya no confiaba en un rescate por parte de Furnerius. La pecosa pecaminosa habría orquestado aquella comunicación surrealista para lavarse las manos. De cara a sus superiores podría justificar una supuesta deserción y se ahorraría el follón administrativo y los costes de ir a rescatar a una sola persona que ni le caía bien.

Esperó con calma al siguiente Empujón, respiró a todo lo que daban los pulmones y apretó los sientes. El visor se oscureció y la espalda volvió a quejarse. Uno... Dos… Tres… Cuatro… Cinco… Seis… Siete… Ocho… Nueve… Diez… Once… La presión desapareció. Dejó caer el tronco al suelo y empezó a reptar antes siquiera de que el visor recuperase la transparencia.

—¿Base Furnerius? —insistió una vez más en las comunicaciones sin dejar de avanzar.

Más estática. Salió de la protección que le brindaba el saliente rocoso en que había estado y el brillo pulsante del objeto iluminó su traje al igual que iluminaba la nube de polvo que aún seguía su lento descenso sobre el cráter. Si es que era polvo, si es que estaba siquiera descendiendo. Le dedicó un rápido vistazo a la fuente de la luz y tuvo que volver a mirarla más detenidamente. No podría asegurarlo pero parecía que las proporciones del objeto habían cambiado. Parecía… ¿más ancho? No. Menos largo, más bien. ¿Estaba encogiendo? O… estaba… ¿entrando en el interior de la Luna? No tenía sentido especular. Quizá el objeto era energía y su tamaño se reducía por la consumida con cada Empujón. A saber.

Siguió avanzando. Tenía que llegar hasta un punto donde la visión del objeto estuviese bloqueada por los restos del rover. Eso marcaría una línea recta entre los tres puntos y garantizaría la diana cuando entrase en juego el Empujón. Fallarla… mejor ni pensarlo. ¿Y luego qué? Luego tocaba improvisar. No tenía un plan claro pero a todas luces sería mejor contar con los recursos espachurrados del rover que no disponer de ellos. Si la situación no era buena, había que hacer algo para cambiarla, fue una de las primeras lecciones que aprendió por las malas en RecMar 6. Existía el riesgo de volverla aún peor pero si era mala y no se hacía nada, mala se quedaba.

Llegó a un punto que consideró óptimo. Línea recta con los restos del rover y el objeto y ningún estorbo importante en la trayectoria. Se tumbó de lado, con la castigada espalda hacia los restos. Extendió los brazos al frente y clavó todos los dedos de sus guantes en el regolito lunar. Hizo lo mismo con el pie que aún podía mover. La superficie estaba bastante machacada y suelta por el impacto y no ofrecía un buen agarre pero tampoco lo buscaba. Lo que pretend

El visor se oscureció y tensó los dedos y la pierna contra el suelo. Lo que buscaba era desacelerar el movimiento tanto como pudiese para no partirse la columna al impactar. El Empujón reanudó su tirón gravitatorio y cayó hacia él. De poco sirvieron los frenos improvisados ante la potencia desatada del fenómeno. Sintió el golpe contra el rover y la espalda se lo recriminó por todo lo alto. Al menos no era el casco, el visor era el punto más débil del traje y cualquier fisura por impacto… La presión desapareció de nuevo y el visor volvió a permitir la visión.

Y para completar el circo… Ya le había parecido antes pero ahora era más evidente. Las paredes del cráter… se estaban cerrando sobre el centro. La pendiente al borde cada vez era mayor y ya no podía negárselo.

—¿Base… Furnerius…?

Silencio.

Se asomó por el borde de los restos. Estaba más cerca del objeto pero ni con esa corrección de perspectiva se justificaba la diferencia de tamaño. Era más corto que mientras reptaba. Con cada Empujón se introducía más en el suelo, o consumía su contenido para liberarlo como grav…

—¿Hola?

Una voz de hombre a través del sistema de comunicaciones.

—¡Sí! Hola, Base Furnerius. Especialista Hele al habla.

—Er… No, no soy el funerius ese. Soy la Clepsidra, rumbo a la Tierra.

—¿Una nave?

—Eh… Sí.

Una nave. Oh, no. O espera… Sí. Podía servir.

—¿Puede enviar un mensaje a la Tierra, Clepsidra?

—Eh… Sí, claro. Puedo. ¿Está en apuros, especialista Hele?

—Sí. Necesito que se ponga en contacto con la Compañía Prospectora Estelar. Dígales que su centro de Neuquén me envió a revisar un impacto de meteorito y que he tenido un accidente grave, ellos saben de qué va. La gente sobre el terreno se niega a asistirme, que hagan algo o temo por mi vida.

—Compañía Prospectora… Estelar. Vale, recibido. ¿Dónde está, Hele?

—En la Luna, cerca de la Base Furnerius.

—Cagonla… Casi me lo trago. No debería tomarle el pelo a la gente con cosas tan serias.

—¿Qué?

—La Luna explotó hace más de veinte años, aún era yo un renacuajo cuando sucedió. Lo que tendría que hacer sería ponerle una denuncia en la Autoridad de Tránsito por utilizar canales de emergencia para burlarse de la gente honrada.

Mala sombra… Tenía que tocarle un maldito piloto zumbado.

—¡Sí! ¡Por favor! ¡Denúncieme! Y dígales exactamente lo que le he dicho.

—Pues no se crea que…

Otro Empujón. La comunicación se cortó, el visor se cerró y la espalda volvió a quejarse en todas las lenguas conocidas y algunas por conocer. Otros once interminables segundos de agonía.

—¡Denúncieme… por favor! —dijo en cuanto pudo recuperar el resuello.

Estática por toda respuesta…




Cinco Empujones le costó inventariar el equipo del rover. Casi todo estaba hecho pedazos. La batería de repuesto era de lo poco que se había salvado de acabar espachurrado. No había nada que le sirviese para salir de allí. Ojalá que el zumbad

El nuevo Empujón llegó por sorpresa. No porque el objeto hubiese alterado sus ritmos de operación, sino porque se había despistado demasiado haciendo el inventario. Lo aguantó lo mejor que pudo. No sabía cuántos más podría soportar antes de…

Pudo volver a respirar y el visor se aclaró otra vez. No había recuperado la sensibilidad en la pierna derecha desde que cayó allí y ahora el dolor de la espalda ya no cesaba y amenazaba con volverse incapacitante.

—¿Especialista Hele? ¿Pat Hele?

Una voz de mujer en las comunicaciones.

—¡Sí! ¡Estoy aquí! ¿Recibieron mi mensaje?

—¡Buah! ¡Soy la mejor! —Risas en el canal de comunicaciones—. Pero voy a tener que ajustar el modelo. Llevo año y medio intentando comunicar con usted y ya casi había tirado la toalla.

—Mire, sólo quiero saber si van a venir a por mí.

—No, eso no va poder ser. Verá, nos separan sesenta años. Usted está sesenta años en el pasado. O, bueno, yo sesenta en su futuro.

—¿Qué…?

—Está en un cráter de la Luna con un cilindro luminoso que retuerce la gravedad en su centro, ¿sí?

—¡Sí!

—¡Lo sabía! —Risas de nuevo—. El incidente Furnerius fue el principio de todo… La de bocas que voy a callar… A ver que se lo explico rápido, no sé cuanto tiempo tendremos.

—Ciento cincuenta y… —intentó explicar Pat sin éxito.

—Cinco días después de su desaparición, la Luna explotó. No le dieron mayor importancia. A ver, sí, fue importante de narices pero no lo relacionaron con su incidente. Después estuvo usted apareciendo en el canal de emergencias con comunicaciones dispersas a lo largo del tiempo y tampoco le dieron importancia. Pensaron que eran señales antiguas rebotadas pero debe de estar relacionado con alguna forma de distorsión temporal gravitatoria. Hace seis años… dentro de cincuenta y cuatro años en su futuro… uno de esos cilindros brillantes impactó en la Tierra y se introdujo dentro del planeta. Cinco días después, ¡bum! Pero no solo la Tierra. En menos de una semana explotaron todos los planetas y muchos de los satélites del Sistema Solar. Lo poco que queda de la humanidad sobrevivimos en naves pero no sé por cuanto tiempo más podremos hacerlo. Creemos que fue un ataque coordinado y yo estoy convencida de que el cilindro que tiene usted ahí fue una prueba de concepto. Si consigue destruirlo a lo mejor podri

No, no, no, no…. Otro Empujón.




No consiguió volver a contactar con la mujer que decía ser del futuro. Tampoco le importó demasiado. Fuese verdad o no lo que dijo, lo único claro es que tampoco podía esperar ayuda de ella. Tenía que apañárselas por su cuenta si quería salir de allí. Lo único que se le ocurrió con los recursos de que disponía fue aplicar un truco que aprendió en Marte: convertir la batería que aún funcionaba en un dispositivo explosivo improvisado. No se podía ni calcular cuánto tardaría en calentarse lo suficiente para explotar y la potencia de la explosión sería escasa pero lo había utilizado en alguna que otra ocasión como herramienta de distracción. Si se lo enviaba al objeto dejándolo caer a través de un Empujón… quizá provocase daños suficientes como para detener su funcionamiento.

Tres Empujones después el dispositivo explosivo improvisado estaba terminado. Lo colocó en un punto donde el siguiente Empujón lo llevaría directo hacia el cilindro pulsante y se resignó. Era todo lo que podía hacer, todo lo que se le ocurría. Si el objeto reaccionaba mal a la explosión y acababa explotando también pero a lo bestia, no sobreviviría. Aunque ya era evidente que tampoco lo haría mucho más tiempo a merced de los Empujones. Cuando el visor se volvió opaco de nuevo apretó los dientes. Le hubiese gustado rezar. Nunca supo cómo hacerlo, así que se contentó con volver a contar los once segundos en espera de que cualquiera de ellos fuese el último.

No lo fueron. El Empujón terminó como si nada hubiese sucedido y al visor le costó volver a su estado de transparencia. Hasta el equipo estaba empezando a fallar. Se asomó para ver si el dispositivo se había quedado atascado a medio camino pero no vio ni rastro de él. O el cilindro lo había destruido sin más o… A saber. En cualquier caso había fallado.

Las paredes del cráter estaban cada vez más cerca, cerrándose como un puño. Repasó una vez más el contenido del amasijo de hierros que era el rover. No, no había nada más que hacer, ninguna otra carta que sacarse de la manga. Era el fi

Esta vez ni el visor se oscureció, tuvo que cerrar los ojos ante el brillo cegador y ni aún así impidió que la claridad atravesase los párpados. Un insoportable dolor penetrante en la espalda saludó al nuevo Empujón. Dejó de sentir la pierna izquierda, tal como había dejado de sentir la derecha cuando cayó. Apenas consiguió resistir consciente a los once interminables segundos.

En cuanto la gravedad se estabilizó, rodó como pudo hasta quedar en el mismo lugar en que había depositado el dispositivo explosivo. Se había acabado, no había más que hacer. Si el objeto había destruido la batería modificada, quería seguir su misma suerte. Rápido, indoloro. Mejor que terminar sufriendo un espachurramiento bajo la roca que se cerraba en torno al cráter o con todo el cuerpo descoyuntado y en una atroz agonía por los Empujones. Cerró los ojos y esperó con la respiración entrecortada hasta que el siguiente Empujón llevó su cuerpo directo hacia el cilindro.




Flotaba. No, no exactamente. No era flotar. Era… estar, sin más. A su alrededor todo era blanco. Pero no un blanco normal. Era un blanco que transmitía ausencia de color, aunque esa función se le supusiese al negro y no al blanco. Ausencia de… de todo. El otro único objeto a parte de su cuerpo era la batería, que flotaba, o estaba, unos metros más allá. Todo lo demás… no había demás. El tiempo y el espacio resonaban como malos chistes que habían durado demasiado tiempo.

Hola, escuchó en su mente. Pero no era un hola, era una sucesión de conceptos: saludo amistoso, saludo prudente, saludo respetuoso, saludo esperanzado.

—Hola —respondió.

Alegría. Alegría desbordante. Euforia.

—¿Quién es? ¿Dónde estoy?

Objeto brillante. Sonda. Muchas sondas. Mucho tiempo.

Buscando iguales. Buscando inteligencia. Buscando autoconciencia.

—Estoy… ¿dentro de esa cosa del cráter?

Dentro. Contacto. Por fin. Alegría. Euforia.

—Pero… ¿sigo con vida o he muerto?

Muerte. Vida. Tiempo. Alegría. Euforia.

—Voy a necesitar algo más concreto.

Vida.

Vale. Vida. Seguía con vida. Era todo lo que necesitaba saber. ¿Cómo podía seguir con vida? No le dolía nada pero tampoco sentía las piernas. Y no estaba respirando. Sus pulmones no se movían. Su corazón no latía. Pero podía sentir los brazos, mover los ojos, hablar. Aquello no tenía ni pies ni cabeza.

—¿Qué hago aquí? ¿Qué quieres de mí?

Alegría. Euforia. Vida inteligente. Hermanos. Abrazo.

—A ver si lo estoy entendiendo. Eres una especie alienígena y quieres establecer contacto con la humanidad. ¿Es eso?

Sonda. Alegría. Abrazo. Humanidad.

—Qué solo eres una… ¿máquina? ¿Pero quienes te construyeron quieren conocernos?

Alegría. Euforia.

La leche. Nada más y nada menos que un primer contacto con la primera especie alenígena conocida por el ser humano. Eso superaba con mucho al descubrimiento del Empujón. Adiós Ío, se iba a forrar sin necesidad de volver a pegar un palo al agua en su vida. Pero claro, para eso tenía que evitar palmarla antes.

—A ver, no sé cómo funcionáis vosotros pero aquí cada individuo es independiente del resto y mi estado no es muy bueno que digamos. Que me muero, vamos. ¿Sabéis lo que es morirse? ¿Dejar de funcionar? Pues eso. ¿Podéis hacer algo al respecto?

Arreglo. Alegría.

—¿Me vais a… arreglar el cuerpo?

Alegría. Alegría.

Recordó lo que le había dicho la mujer del futuro. Un ataque coordinado contra todo el Sistema Solar. Con objetos como aquel en cuyo interior se suponía que estaba.

—¿Y qué intenciones tenéis? Con la humanidad, digo.

Humanidad. Abrazo. Compañía.

—Cuando dices abrazo, ¿quieres decir destrucción? ¿Muerte? ¿Aniquilación?

Vida. Paz. Alegría. Hermanos.

Alegría no tanta si la paz consistía en la destrucción de la humanidad en un puñado de décadas. Siempre y cuando aquello fuese real y no una alucinación protectora de su mente agonizante en los últimos compases de existencia... A tomar por saco. Pasase lo que pasase, sería dentro de cincuenta y cuatro años. Para entonces, si es que salía de esa, tendría ochenta y cinco y no contaba con llegar con vida a una edad tan provecta. Ni le iba ni le venía, que se apañasen entonces con lo que fuese. Lo que de verdad importaba era el momento presente.

—¿Y a mí que me va a pasar? ¿Podré salir de aquí?

Devolver. Enlace diplomático. Llegar después. Alegría.

—¿Volveré… fuera? ¿A la Luna?

Alegría. Alegría.

—¿Y cuanto tiempo se supone que habrá pasado? Porque o la gente se ha vuelto tarumba o ahí fuera están pasando cosas muy raras con el tiempo.

Discrepancias Temporales. Polvo. Antena. Hogar. Mensaje feliz. Alegría.

—No, si me parece muy bien todo eso pero, ¿yo? O sea. Volver fuera sí, pero cuando. No sé si me entiendes. Tiempo. Tic tac. ¿Cuándo volveré?

Tiempo aquí diferente. Arreglar. Retroceder. Minutos tras encuentro. ¿Alegría?

—Alegría, sí. Mucha.

Enlace diplomático. ¿Alegría?

—¿Yo? ¿Queréis que avise de vuestra llegada?

Alegría. Hermanos. Paz.

—Vale, y que venís en son de paz. Oye, por mi perfecto, yo paso el mensaje sin problema. ¿Y tenéis algún nombre o dirección espacial o algo?

Alegría. Llegada. Abrazo.

—Vale, lo pillo. No quieres darme tu número. Yo tampoco se lo daría al primer alienígena que me encontrase por ahí, no te ofendas. ¿Te vas a quedar por aquí al menos? Puedo traerte a la gente importante, ya sabes, jefes, para que hables directamente con ellos.

Arreglar. Devolver. Disolver sonda en núcleo. No alternativa.

Enlace diplomático. Llegar después. Abrazo. Alegría

—Ah, que no te quedas a la fiesta. Que eres sólo la tarjeta de invitación. Pues aquí tenemos la costumbre de considerar majaretas a la gente que dice que ha contactado con alienígenas sin pruebas, así que no sé cómo de bien me va a ir con eso del enlace diplomático. Pero tienes mi palabra de que lo intentaré lo mejor que sepa. ¿Me arreglas ahora? Cuanto antes acabemos aquí, antes podré dar la noticia.

Arreglar. Conocimiento. Pruebas.

Hermanos. No daño. Paz. Alegría.

Notó dentro del traje una corriente de aire o energía pero que no era aire ni energía. No supo definirlo. Lo que sí supo fue que sintió hormiguear de nuevo los dedos de su pie derecho. Alegría, alegría, como decía aquella cosa, fuese lo que fuese. Y entonces la batería explotó y con ella la sonda y la Luna.

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