Pensamiento caótico.

© J. A. Menéndez, 2008.


¿Quieren saber ustedes qué demonios hago saliendo de un misil con una tortuga sin caparazón en brazos? Ahora mismito se lo cuento. Van a perdonarme que no les dé mi nombre, ejem, les resultaría en exceso familiar si viven ustedes en la Tierra y, cof, cof, despertaría su codicia si viven en alguno de los tropocientos sistemas en que pagan bien por obtener mi cabeza como ornamento decorativo para la sala de estar de algún mandamás. Osea, mi cabeza la mía, no una reproducción. Baste decir que mi profesión es la de investigador-inventor. Sí, ése mismo soy yo, pero por favor, psssst, guárdenme el secreto.

Bien, estando yo recién licenciado en... esto... bien, creo que no terminé ninguna licenciatura. Bueno, estando yo en uno de mis años sabáticos entre carrera abandonada y carrera abandonada, inmerso en las procelosas aguas... tengo que dejar de ver documentales marinos... de la investigación de lo que devendría en... a ver, eso fue en 3046... me llevo una... raíz cúbica de 234,65... ¿¡integral de qué!?... Sí, sí, ajá, el motor transductor de litanatos ansojánticos protoliofilizados, sí, en eso trabajaba en aquel momento, puf, pobrecito sistema de Aldebarán, no creí que las pruebas fuesen a estallar tan a lo bestia. A ver, estallar sí, tan fuerte, no. Decía que trabajaba en... en eso, vamos, y necesitaba una potencia de cálculo que escapaba a mis capacidades. Ante mí surgieron dos posibilidades: la mediana con champiñones o la familiar de bacon y anchoas... no, un momento, eso fue después en Zeta Fanfauri. Vaya, el teléfono, discúlpenme un momento, es la línea privada de Dios.


...


Vale, ya estoy aquí otra vez. Este Dios es un pesado, que si por favor no destruyas esta parte del universo, que si no te saltes aquella ley física. Otro día les cuento cómo encontré su número de teléfono, una peripecia de lo más interesante.

¿Dónde estaba? Ah, sí, en Aldebarán, las dos posibilidades: o conseguía un superordenador cuántico o fidelizaba un núglim; eran las dos únicas alternativas que me ofrecían la capacidad de cálculo que requería mi investigación. Deseché el superordenador cuántico porque aún no estaba inventado, estaba en mi lista de tareas pendientes. Ahora ya hay uno, justo sobre la singularidad que creé al colapsar por error los soles del sistema binario de Neta Zinzzinati. Todo sea por el bien de la ciencia. Bien, no me quedó otra alternativa que fidelizar a un núglim.

Veo algunas caras deformadas en un signo de interrogación. Ah, no, son las gafas, que están sucias. Un momento... ya está. Bueno, más vale prevenir que tener que evacuar un planeta en dos segundos. Por si alguno de ustedes no está tan viajado como yo, ejem, les explicaré que un núglim es un ser nativo de... ¿cómo se llamaba el planeta?... lo tengo en la punta de la lengua... sí, claro, Núglim. Los núglim son nativos del planeta Núglim, qué cosas, ¿eh? Esos bichos... uy, perdón, ya no es la primera vez que la Liga por la Defensa de Todas las Formas de Vida Raras de Verdad (LDTFVRV, unas siglas muy pronunciables) me llama la atención por mi lenguaje poco respetuoso con las Formas de Vida Raras de Verdad. Esas Formas de Vida Raras de Verdad que son los núglim se caracterizan físicamente por no caracterizarse de forma alguna. Son un amasijo de... de... de cosas, palos, huesos, cachos de algo duro, no sé, llámenlo como prefieran, segmentos cilíndricos marronáceos y duros unidos por articulaciones. Muchos de esos segmentos. Cerca de un millón se han llegado a contar antes de que el aburrimiento matase literalmente a los xenozoologos. Muchos, vamos, y de todos los tamaños. Además los núglim tienen esa tendencia irritante a recombinarse en las más variadas formas, desde dodecaedros gigantes de más de trescientos metros de altura hasta serpenteantes y gruesas formas de pocos centímetros. Es lo bueno de ser todo huesos y articulaciones, que te puedes automontar a gusto como si de un mecano se tratase.

Los núglim son sólo eso. No se les conoce nada que pueda desempeñar funciones de cerebro, ni tienen ojos, oídos ni órganos sensoriales como nosotros los conocemos. Son formas de vida raras de cojones, aunque tampoco se les conocen genitales. Sin embargo, tienen una extraordinaria característica: les gustan las canciones de Ray Melogna... no, eso no es lo que los hace tan fascinantes, aunque he de reconocer que tiene su mérito aguantar los berridos de Melogna, pero... no, lo que los hace tan especiales es su forma de pensar: pensamiento caótico. No piensan como los humanos, ni como nada que conozcamos que piense. He leído el otro día una tesis muy interesante sobre que realmente no piensan, se la cuento en otro momento. Su forma de pensamiento es puro caos en el sentido matemático del término. Su precisión de cálculo en sistemas hipercomplejos es asombrosa y nunca se ha sabido que ningún núglim se haya equivocado en sus cálculos. Sin embargo son unos zoquetes para sistemas lineales. Cuanto más sencillo es un sistema, peor lo resuelven. Cosas raras veredes, amigo Sancho...

Estaba yo en esas cuando me acerqué hasta Núglim. Y digo me acerqué porque empleé para ir hasta allí un sistema de teletransporte propio que estaba aún en pruebas. Año luz arriba, año luz abajo, era mucho pedir en aquel tierno grado de desarrollo del proyecto. Me recogió un carguero que me llevó hasta Núglim. Nostromo se llamaba, pilotado por una tal Ripley, una chica muy maja. Creo que tenían un problema de bichos en la nave o algo así. Perdón, un problema de Formas de Vida Raras de Verdad.

Fidelizar a un núglim es un ritual de lo más complejo. Consiste en llegar al planeta y tumbarse a la bartola a esperar a que un núglim se te acerque. Si lo hace con intenciones de hacerte pupa, mala cosa. Si lo que quiere es que lo fidelices, adopta una combinación de sus... esos, de forma que adquiere una apariencia vagamente antropomorfa en un tamaño más o menos compatible con el humano. El ritual de fidelización posterior es algo raro de verdad también y un observador que no estuviese al tanto de tan elevadas filigranas rituales podría pensar que consiste en que el humano sodomice al núglim. De hecho no estoy seguro de que no sea así. Vamos a dejarlo.

Una vez fidelizado, le puse un nombre original. Tan original que se me olvidó a los pocos minutos y tuve que rebautizarlo como “Tú”. Es que es muy cómodo eso de “oye, tú” y otras variantes. En fin, ya tenía mi núglim. Tú y yo nos fuimos a Aldebarán a realizar mis investigaciones. No, no me mire así, no usted, sino Tú, él, osea. Y allí me enamoré de Teresa, una hermosa aldebariana. Fue un enamoramiento muy peculiar que les contaré en otra ocasión.

Un núglim es una Forma de Vida Rara de Verdad muy especial. Deberían exigir una licencia para tener núglim igual que la exigen para tener armas de destrucción masiva... ah, que no, que para eso no hay licencia. Bueno, pues debería haberla. De todas formas un núglim es algo aún más peligroso. Emplean sus capacidades de pensamiento caótico para interactuar con el medio y sacar provecho, los muy abusones. Les pongo un ejemplo: una noche de hermosa luna llena aldebariana, Teresa, yo y Tú... no usted, él, osea, una vez que fidelizas un núglim no se separa de ti nunca más; decía que estábamos los tres contemplando la hermosa luna aldebariana cuando en un arrebato de enajenación mental transitoria provocada por el gran amor que profesaba por Teresa le prometí la luna. Un consejo: nunca expresen deseos delante de su núglim fidelizado, porque se los toma al pie de la letra. La forma vagamente antropomórfica y de tamaño más o menos compatible con el humano de Tú se pasó mirando las estrellas varios minutos, algo que hacen siempre los Núglim cuando computan a lo bestia. En realidad esa es la fase de pre-cálculo. Durante la fase de cálculo mueven todas sus extremidades en una danza caótica como si tuviesen el baile de san vito. Imagínense varios millones de cerillas dando vueltas en la lavadora durante el centrifugado, pues algo así. Es una tarea agotadora, que dura menos cuanto más complejos son los cálculos. Estos Núglim son seres raros de verdad. Después del centrifugado se levantó, se acercó a un árbol aldebariano cercano, marcó una pequeña porción de la corteza, se alejó y lanzó una piedra contra ella. Después hizo chasquear varios de sus... lo que sea, esas cosas marronáceas, una señal de que había terminado su trabajo.

Cuando un núglim haga eso, échense a temblar, porque acaba de emplear las propiedades caóticas de las leyes naturales para alterar algo. Y dirán, una piedra golpeando un árbol con un ángulo y fuerza concretas no puede provocar nada grave. Cof, cof, yo les he avisado. Una hora después la luna de Aldebarán se desplomaba sobre Aldebarán, a unos metros de dónde estábamos los tres, reduciendo a puré un buen pedazo del continente. Fue entonces cuando fui declarado persona non grata en Aldebarán. Esta condición duró poco de todas formas. Ya saben, la pequeña explosión incontrolada.

Otro detalle, procuren que su núglim no les vea con su pareja cuando estén... jugando al parchís, eso mismo, el parchís. A nosotros nos sorprendió en una ocasión. Bien, Tú se sorprendió mucho y entró en un estado depresivo profundo porque creía que le iba a abandonar al haber “fidelizado” a Teresa. Ejem, disimulen. Cuando un núglim se deprime hay que estar muy vivo para animarlo porque le pueden entrar ideas de aniquilar el universo o algo peor... Resolví la papeleta haciéndole creer que en realidad el “ritual” servía para compartir su fidelización, con lo que se quedó muy contento al tener dos nuevos amos humanos en lugar de uno.

Desde aquel momento los deseos de Teresa también pasaron a ser órdenes para Tú. En una ocasión, estando en una excursión organizada en las fabulosas grutas naturales de la montaña Leccu de Taurus Cornupetis Mu, a Teresa se le ocurrió quejarse una noche de que le gustaría que tuviésemos algo más de intimidad porque las tiendas de acampada dejaban oír todo. Tú desapareció para ir a “hablar con las estrellas”, como llamamos coloquialmente a la fase de pre-cálculo, y provocó un derrumbe que nos dejó aislados del resto de la expedición durante varios días. Muy eficiente mi núglim, aunque no le hizo la menor gracia a Teresa.

Poco después recibimos la visita de un tipo vestido de militar y con una ceja bien espesa, una sola de lado a lado de su frente, que parecía requerir mis servicios. El militar, aclaro, era el que parecía requerir mis servicios, y no su ceja. La verdad es que yo estaba un poco con la mosca detrás de la oreja porque pensé que quizás, a lo mejor, era posible, no se podía descartar del todo, viniese a buscarme para fusilarme por un pequeño incidente que había sucedido el día anterior. Oigan, no fue culpa mía, los prototipos a veces fallan, esas cosas pasan. Yo especifiqué claramente que los átomos solares debían ser ligeramente grasos, la fue culpa del incompetente que los untó con mantequilla. Militares, puf.

Apliqué un poco de insecticida detrás de mi oreja y hablé con el militar, que no dejó de quejarse del olor durante toda la entrevista. Me informó de que había sido elegido para una misión superimportante para la cual era la persona idónea. No por mí, tuvo el detalle de dejar bien claro, sino porque tenía un núglim en propiedad y sabía usarlo. Ejem. La misión era una de esas cosas que hacen los militares: salvar al mundo, rescatar a la chica y derrotar al malo. No, yo debía derrotar a la chica y el malo salvar el mundo. ¿O era la chica la que debía derrotar al mundo y el malo salvarme a mí? Es que estas cosas de militares nunca las he entendido. Se asustó un poco cuando le hice algunas preguntas con fines aclaratorios pero se tranquilizó cuando pudo hablar con Teresa y explicarle a ella el asunto. Dijo algo de que menos mal que ella tenía la cabeza en su sitio, lo que provocó que saliese corriendo en pos de un espejo para ver si mi cabeza no estaba donde debía. Pero estaba allí, menos mal, que susto.

Como la misión era tan importante pusieron a nuestra disposición una nave guapa, pero guapa de verdad, digna de salir en el desplegable de las páginas centrales del anuario de la NASA. Ni que decir tiene que me gané una de las collejas de Teresa cuando me quedé mirando aquella preciosidad. Teresa es una maestra dando collejas, no sólo metafóricamente; cuando la conocí impartía clases a jovencitas bien aldebarianas sobre defensa personal y acollejamiento de pretendientes.

También nos dieron una tortuga bastante vetusta, que no sé muy bien para qué la necesitábamos o si directamente venía de serie con la nave. Personalmente creo que era por si nos quedábamos sin víveres, la sopa de tortuga es muy nutritiva.

La idea era que nuestro planeta de destino, llamémosle X, ejem, alto secreto y esas cosas, poseía un superescudo energético que lo rodeaba y que no dejaba pasar una mota de polvo que no tuviese tres docenas de autorizaciones. Los militares decían que podían hacer no sé qué en no sé dónde y abrir en el escudo un hueco del tamaño de una caja de zapatos durante unos segundos, hueco por el que deberíamos colarnos. Oh, el pequeño detalle es que el agujero no se estaría quieto, sino que se movería a toda pastilla por la superficie del escudo y ni siquiera sabían cómo ni por donde. Ahí entraba en juego el núglim. Debería calcular la evolución del hueco y hacernos pasar a través de él exitosamente. Pan comido.

Pan comido si Tú se hubiese dignado a mirar para el planeta. Pero nones. El muy majo estaba concentrado mirando las estrellas por las escotillas de la nave y no había forma de que se fijase en el planeta. Y no es que estuviese pre-procesando nada, no, simplemente se dedicaba a ver los puntos brillantes contra el fondo oscuro, jopé, como si no los hubiese visto miles de veces en nuestros viajes. Pero es algo que no se puede evitar, le gusta mas mirar las estrellas que a un tonto un lápiz. En fin, tomé los mandos en un arrebato de heroicidad y ¡plaf! topetazo contra el escudo. Volví a coger distancia y perseguí un rato al hueco. Cuando ya creía que había dado con su patrón de movimiento, ¡plaf! otro porrazo. Teresa me quitó de los mandos y ¡plaf! ¡plaf! ¡plaf! Es que ¡plaf! ¡plaf! ella es mucho más impulsiva que ¡plaf! yo, compréndalo. La pobre tortuga no hacía más que dar bandazos de un lado para otro y fue un milagro que no se hiciese pedacitos su caparazón. Por fin Tú pareció hartarse de que no le dejásemos ver las estrellas tranquilo y su forma vagamente antropomórfica y de tamaño compatible con el humano cogió los mandos. Diez segundos después atravesábamos limpiamente el escudo por el hueco, para bochorno del resto de la tripulación, esto es, Teresa y yo. De las impresiones de la tortuga no quedó constancia.

Bien, ya estábamos en Gamma Careonte... estoooooo, han oído mal, yo no he dicho nada, he dicho planeta X. Hombre, por Dios. Semidiós. Sí, hombre por dios semidiós, o más bien hombre por diosa o mujer por dios... ¿o los dioses pueden...? Dejémoslo, que aún Le vamos a acabar cabreando. Osea, que estábamos allí, pero claro, con lo discretos que habíamos sido llamando a la puerta a porrazos nos estaba esperando un mogollón de naves con aspecto amenazador. Pero mogollón, casi parecía una bandada de pájaros de mal agüero. No sé porqué Teresa me propinó otra colleja, no era justo. La culpa había sido de Tú, no mía. Y en todo caso, ella había chocado más veces que yo contra el escudo, que aún hay clases. Vamos, hombre, habrase visto.

Las naves nos escoltaron hasta el astropuerto más cercano y allí otro mogollón, esta vez de soldados, policías y bich... formas de vida raras de verdad nos acompañaron desde la nave hasta una acogedora celda. Derramé lágrimas de tristeza cuando vi el estado en que habían dejado el caso de la preciosa nave nuestros frustrados intentos de entrada.

Y, ¿saben? tienen extrañas costumbres en ese planeta, siempre les vi moverse amogollonados... ¿tendrán miedo de quedarse solos? ¿Habrán cruzado su ADN con el de las ovejas? Al poco rato vinieron otro mogollón de personas, esta vez trajeadas y con gafas de sol, que bien podrían haber sido vendedores de seguros o el servicio de habitaciones, pero no. Querían saber a qué habíamos ido al planeta X. Mi cerebro entró en un estado de frenética actividad buscando una historia convincente. La tensión aumentaba por instantes y yo presentía que se estaba rifando otra colleja, lo que no ayudaba nada a que mis caminos neuronales llevasen a algún sitio. Descartaba líneas de pensamiento según se presentaban, cada vez a mayor velocidad, tanto que ni las llegaba a valorar. Inevitablemente mi mente entró en barrena y no pude tomar el control de mis órganos fonadores antes de que soltasen un “hemos venido en misión de espionaje ultrasecreta”. No había terminado de decirlo cuando no, no llegó una colleja, fue un collejón, algo digno de la antología de la colleja. Con decirles que los trajeados retrocedieron asustados...

La respuesta debió ser exactamente lo que buscaban porque se fueron todos juntitos por donde habían venido. O quizá querían poner distancia de por medio con la acollejadora. Poco después vino un mogollón de guardias de seguridad a buscarme. Me querían sólo a mí, a Teresa ni se le acercaron. Ejem, la historia de la colleja debió correr con rapidez. Compuse mi porte más varonil y aguerrido y me dispuse a irme con aquellos guardias, no sin antes despedirme correctamente de mi chica, que se deshacía en lágrimas de preocupación por mí. Eh... bueno, lo estoy decorando un poco, Teresa se limitaba a limarse las uñas sin el más mínimo interés por mi suerte y me tuvieron que sacar a rastras de la celda. Cuando le gritaba que cuidase de Tú y de la candidata a sopa, me di cuenta de que, ostrás, no habían venido con nosotros. ¡Se habían quedado en la nave! Con tanto amogollonamiento ni me había dado cuenta.

Un, dos, un, dos, ep, aro, fuimos trotando a ritmo ligero por una serie de pasillos hasta unas dependencias con un cartel descomunal que rezaba MÁXIMA SEGURIDAD y me encerraron en una celda que no se diferenciaba en nada de la que acababa de abandonar, tan tan tan parecida que hasta tenía otra mujer en su interior. Jopé, me dije, a ver si van a haber hecho un clon de mi chica. Pero no era Teresa, era otro espécimen interesante de su sexo, así, con su melenita rubia, sus curvas, su boca sensual. Los guardias muy amablemente le dedicaron una serie de recomendaciones sobre cómo invertir su tiempo libre con ellos a lo que ella respondió alzando el dedo índice, que posiblemente sea un saludo de agradecimiento propio de aquel planeta, saben, como lo de alzar el pulgar con el puño cerrado.

Me preguntó si era de otro planeta, a lo que respondí afirmativamente, hinchando el pecho y explicando que era un importante espía enviado en misión secreta. Al principio se quedó como un poco mosca, pero cuando le expliqué que tenía un núglim y que me habían dado una nave tan bonita como ella y una tortuga, pareció creerme. Je, je, y no sabía que estaba mintiendo, la nave era mucho más bonita que ella, donde iba a parar. Mujeres, sólo te creen cuando les mientes.

Entonces adoptó una actitud así como muy clandestina y me dijo que ella también era espía, que era mi contacto y que qué hábil había sido dejándome capturar o no podríamos habernos reunido. Yo no lo pillaba ni para atrás, pero sonreía mucho y asentía con la cabeza mientras me explicaba no sé qué de una situación política, no sé cuantos de unas armas, algo de derrocar esto, otro poco de evitar esto otro. Era demasiado bonita para quitarle la ilusión a la mujer, pobrecita. Después de un buen rato, llegó a lo más importante, según dijo, los códigos. Ah, dije como si supiera de qué iba aquello, los códigos, justo lo que buscaba. La buena mujer los llevaba encima; los botones de su blusa eran los minidiscos de datos y el lector estaba oculto en uno de sus pendientes. Me preguntó dónde estaba la máquina de descifrado. Oh, sí, la máquina de descifrado. Ni puñetera idea de donde estaba, pero le dije que en la nave para ganar tiempo.

Ni corta ni perezosa se quitó la blusa, arrancó todos los botones y me los entregó. Yo mientras tanto analizaba las evoluciones matemáticas del elaborado encaje de su ropa interior negra, calculaba funciones sinusoidales de cabeza y buscaba alguna forma de cerrarle el grifo a la marea de babas que amenazaba con abandonar mi boca.

Pero el pendiente no salía. Se había quedado enganchado y no había forma de soltarlo. Yo tampoco pude aflojarlo, y ejem, si yo no pude es que era im-po-si-ble, que otra cosa no sabré, pero de montar y desmontar ingenios... En vista de que era una pena estropear una cara tan bonita por el procedimiento de arrancarle la oreja, y como parecía muy importante para ella que me llevase el pendiente, opté por ver si lubricando un poco el invento se aflojaba. Y como no tenía a mano mi 3-en-1, tiré de salivilla aplicada con la lengua sobre el pendiente. En buena hora.

No llegué a tocar el pendiente con mi lengua cuando la madre de todas las collejas descendió sobre mi nuca. No necesitaba volverme para saber que era Teresa pero por si acaso me quedaba alguna duda, su voz atronó un salmo enfadado sobre los esfuerzos que había hecho para escaparse y venir a rescatarme y lo mal que le parecía haberme encontrado liado con una pelandrusca. Bueno, realmente no dijo pelandrusca, ejem, pero ustedes parecen gente educada y no quiero herir sus sensibilidades. Mi balbuceante intento de explicarme no llegó a buen puerto, quizá por el uso insistente que hice de la palabra contacto. Teresa me lanzó un derechazo que me tumbó de espaldas y se marchó corriendo.

La chica mona me ayudó a levantarme y juntos nos fuimos detrás de Teresa. Era fácil seguirla por el rastro de guardias noqueados o heridos que encontrábamos. Es que, saben, mi chica tiene mucho carácter. Cuando llegamos al exterior del edificio nos separamos. Quedamos en reunirnos una hora después en una dirección que me dio. Prometió tener listo el lector para entonces. Le dije que sí a todo y salí corriendo en pos de Teresa. Doblé un recodo y me encontré en una plaza enorme.

La plaza estaba, como no, llena de un mogollón de personas. Estas personas parecían gente normal, con la salvedad de la tendencia a amogollonarse pero aparentemente normales en el resto. En el escenario un tipo con pinta de importante gritaba con muy mala uva unas cosas muy feas que la megafonía casi no necesitaba amplificar para que se oyesen en toda la plaza. Algo de nuestros muertos, sus muertos y una proporción de uno a diez, o a cien, que tampoco le hice mucho caso. A su alrededor había mucha gente con traje de persona importante y algunas con el caqui característico de los militares bajo toneladas de medallas y cosas de esas. Le pregunté a diversas personas qué sucedía, pero estaban demasiado concentradas con la oratoria para hacerme caso. Sólo un anciano que intentaba atravesar la plaza y cuyo camino browniano se cruzó con el mío pudo acertar a decirme que aquello era “masa alienada”, que debe ser algo característico de aquel planeta. Lo que no llegué a averiguar fue si con esa masa se hacía pan alienado o algo.

De vez en cuando algunas personas gritaban una consigna que era inmediatamente coreada por la muchedumbre. Esas personas debían ser los panaderos, porque no estaban concentrados en el escenario como la masa y se les distinguía bien por las gafas de sol y los pinganillos en la oreja. Me dirigí a uno de ellos, por ver si me podía ayudar. En el escenario el tipo importante preguntaba a voz en cuello a la masa “¿qué queréis que haga?”. Entonces el tipo de las gafas se cansó de mí y me gritó que me fuese, y la multitud comenzó a corear “¡que te vayas! ¡que te vayas!”. Antes de salir por piernas escuché cómo a través del pinganillo alguien gritaba algo, bastante enfadado. Se oía fuera, imagínense.

Entonces vi a Teresa moverse entre la gente unos pasos por delante de mí. El tipo de la tarima preguntaba que si se iba, quién dirigiría el país. “¡Teresa, Teresa, Teresa!”, fue la aclamación popular de la gente al corear mi llamada.

Ella se dio la vuelta y al reconocerme, chilló “¡Bastardo!”. Iba a explicárselo todo pero la perdí de vista. La gente había empezado a moverse hacia el escenario gritando ¡bastardo! y las corrientes humanas nos separaron. ¡Teresa, Teresa! grité intentando alcanzarla. La turba enfervorizada subió al escenario y entre gritos de ¡Teresa, Teresa! lincharon al tipo importante, a las personas vestidas de gente importante y a los portamedallas caquis. De verdad que esas costumbres de las masas alienadas no las entiendo. Los panaderos, por su parte, huían en estampida de la plaza. ¿Tendrían el coche en doble fila? ¿Todos ellos?

Me encontré por fin fuera de la muchedumbre enfervorizada y sin el menor rastro de ella. Entonces hice funcionar mi cabeza. Si yo fuese ella, ¿dónde iría? ¡A la peluquería! No, no era posible, estaba en una ciudad desconocida de un planeta desconocido y no tenía vez. Uhm... ¿En busca de otro novio? Ya se sabe que un clavo con otro se saca... Pero no conocía la ciudad, no sabría dónde buscar... ¡Ah! ¡Claro, que tonto soy! Iría en busca de la... pelandrusca para ajustarle las cuentas. No, tampoco... ¡Yaestámecachisendiez! ¡A la nave! O a la masa amorfa a la que había quedado reducida. Claro, a buscar a Tú y a la tortuga. O a largarse del planeta... ¡sin mí!

Entonces me entró la prisa. Tenía que llegar a la nave lo antes posible. El único problema es que no tenía la más mínima idea de dónde podía estar la nave. Volver a la prisión para preguntarle a los trajeados no sé por qué no me pareció una buena idea. Pero ¡cáspita! si yo no sabía llegar a la nave, Teresa tampoco sabría. Así que opté por acudir a la reunión con la chica mona y preguntarle a ella, que seguro que lo sabía.

Cogí un aero-taxi conducido por un tipo peculiar apellidado Texas, Arkansas o algo así. Fue un viaje un poco movido, por el camino se nos subió una pasajera medio en cueros gritando cosas de un gran-badabum. No debía de ser del planeta, porque iba sola. Sin embargo los aerocoches patrulla que la perseguía si eran nativos porque iban todos amogollonados detrás de nosotros. Casi llego tarde a la cita, pero al menos el taxista tuvo la decencia de no cobrarme nada.

La dirección que me había dado correspondía a un antro de mala muerte donde había reunidas formas de vida raras de verdad de todos los rincones de la galaxia. La música era mala, la bebida era peor y la cortina de humo no dejaba ver nada a un par de palmos de la nariz. El lugar ideal para una reunión clandestina, siempre que fueses capaz de encontrar a tu contacto. Fui a la barra y le pregunté al barman por la chica, dándole una descripción pormenorizada. En unos segundos me presentó a varias chicas de economía escasa que correspondían aproximadamente a la descripción. Digo que debían ser de economía escasa por la poca ropa que llevaban y las ganas que tenían de que las invitase a tomar algo, pobrecitas.

Afortunadamente mi contacto me encontró a mí. Se había recogido el pelo y llevaba unas gafas especulares de lo más monas; embutida en aquel vestido de cuero no la hubiese reconocido nunca. Me entregó el lector y a mis preguntas de cómo se llamaba respondió que Molly. Me agradeció que me hubiese dado tanta prisa en derrocar al gobierno, yo ni idea de que estaba hablando, y se ofreció a guiarme hasta la nave cuando le pregunté dónde estaba. También tenía malas noticias. Un pequeño núcleo del gobierno había escapado y contaba con un ejército oficialmente inexistente preparado para iniciar la guerra contra el resto del universo universal. Creo que mis ojos aumentaron tres o cuatro veces su tamaño llegado este punto. Sobre todo cuando dijo que nos tocaba a nosotros liquidar ese ejército.

Y oigan, yo nunca le llevaré la contraria a una mujer hermosa pero aquello estaba empezando a desmadrarse. Lo del nosotros pintaba bien, no me importaba tener un nosotros con aquella monada, pero yo es que a los ejércitos que no me han hecho nada no tengo motivos para liquidarlos, soy muy pacífico. Decidí seguirle la corriente hasta que me llevase a la nave y después poner pies en polvorosa y avisar a los militares que nos habían dado la nave para que resolviesen la papeleta.

La ciudad estaba muy revuelta, por todas partes había grupitos de tíos con fluorescentes junto con otros de blancas armaduras que se estaban pegando con cafeteras de combate y cosas de esas. Debían ser los carnavales o algún tipo de fiesta popular, todo estaba lleno de lucecitas volantes, petardos y tal, muy folclórico. Por el camino Molly se detuvo a hablar con uno de los tíos con fluorescentes. El pobrecillo tenía muy mal aspecto, encorvado, pequeñajo, vejete y con un tono verdoso en la piel muy poco recomendable. Debía estar un poco gagá porque construía las frases un horror de mal, todas desordenadas sintácticamente. Nos dijo que en el desguace espacial nuestra nave estaba y que si recuperarla queríamos, prisa deberíamos darnos.

Así que corrimos hacia el desguace espacial. Pero llegamos tarde. Por los pelos pero tarde. Pudimos ver cómo aquella que había sido la nave más hermosa a este lado del brazo espiral de la galaxia era aplastada por las presas mecánicas. Oh, oh, plan A fracasado. Mi vía de escape acababa de convertirse en un cubito de avecrem para alguna fundición. Lo del cubito de avecrem me hizo recordar lo hambriento que estaba y eso me hizo recordar la sopa de tortuga que a su vez me hizo recordar que en la nave estaban Tú y la candidata a sopa. ¡Ostras! Nooooooooooooooo. ¡Mi núglim!

Desesperado, me eché a llorar. Aquel había sido uno de los peores días que recordaba. Había perdido una nave fantástica, a mi novia y mi núglim, y sólo era la hora de comer. Rehaciéndome, pasé a la acción. Plan B en marcha. Y el plan B consistía... consistía... esto... bueno, en sus fases iniciales sólo tenia definido que debía invitar a comer a Molly en un sitio elegante. Y a eso me disponía cuando unos gritos que me llamaban de zopenco para arriba me lo impidieron. Me di la vuelta y allí estaban Teresa, Tú y la tortuga. Hubiese abrazado a mi chica con locura, pero por su cara de asesina en potencia me lo pensé dos veces.

Me dio la tortuga y le hizo un gesto a Molly. Ambas se apartaron y mantuvieron una conversación muy amena con cambios de tono variados, mucha expresión corporal, una buena ración de miradas rápidas hacia mí y esas cosas que hacen las mujeres. Mientras tanto yo me aseguré de que Tú estaba bien y le pedí que preparase alguna forma de salir lo antes posible de aquel planeta. No tenía que haberlo hecho. Mira que no será por falta de experiencia, pero nunca aprendo. Tú se sentó y levantó la vista al cielo, preparando la fase de prepocesado.

Las chicas parecieron llegar a una especie de acuerdo o punto muerto y regresaron. Teresa me arrebató la tortuga de las manos y me pegó un pisotón, así, sin venir a cuento. Molly me pidió que le devolviese los discos y el lector. Jo, que poca seriedad, a la primera de cambio ya me estaba pidiendo que le devolviese los regalos. Se los di y las dos se afanaron en hacerle cosas al caparazón de la tortuga hasta que encontraron la forma de abrir una sección hueca que contenía mogollón de circuitos; mi mirada experta me decía que aquello debía ser de factura nativa. Acabó resultando que el descodificador lo habían instalado en el caparazón para pasarlo de extrangis y que Teresa lo sabía porque se lo había dicho el militar. Yo puse cara de ofendido porque no me contaban nada pero no me hicieron ni caso.

Entonces les entró la prisa. Había que llegar al espacio puerto militar antes de que lograsen embarcar las tropas y liasen la de dios es cristo por medio universo. Pero Tú estaba dale que te pego mirando a las estrellas. Teresa me lanzó una mirada furibunda y me preguntó qué le había hecho al núglim. La colleja fue inevitable en cuanto me giré mínimamente. Como el muy vago de Tú no parecía ir a moverse durante un buen rato, tuve que cargar con él. Debíamos ser un grupo de lo más peculiar, un bombón embutido en cuero, una chica con una tortuga y un tipo cargando con la forma vagamente antropomorfa y de tamaño compatible con el humano de un núglim. Ya de por sí es ridículo, pero imagínennos corriendo a toda leche por entre varios mogollones de los tipos de los fluorescentes y las cafeteras de combate. Demencial. ¿Por cierto conocen a una tal Sarah Connors? Es que por el camino un tipo grandote armado hasta los dientes nos preguntó si la habíamos visto.

No sé cómo pero conseguimos llegar al espacio puerto. Para entrar Molly enchufó el caparazón de la tortuga a la puerta y zas, se abrió. Oooooohhhhhh. Estábamos dentro. Entonces descubrí que a Molly había que tratarla con cuidado. Un soldado nos descubrió colándonos y ella le hizo unas pequeñas caricias con las uñas. Y debía tenerlas bien afiladas, porque aquello parecía la matanza de Texas cuando terminó con él. Una vez dentro se suponía que Teresa y yo éramos los especialistas en liquidar ejércitos. Nos quedamos mirando el uno para la otra. Menos mal que en aquel momento Tú terminó de preprocesar, centrifugó durante unos segundos y empezó a solicitar una lista de elementos que necesitaba para cumplir mi petición: un candelabro de tres brazos, el volante de un aerocoche amarillo, raciones autocalentables, mortadela, 20 ml de cloropotanasio plehidratado, siete tipos de salsas diferentes, un microondas y diez pelos de iack en celo.

Las chicas entendieron que era lo que necesitaba para dar cuenta del ejército y se aprestaron a buscarlo todo. Molly se fue a hacer nosequé con la tortuga en el ordenador de misiles y Teresa se fue a buscar casi todo lo que había pedido Tú. Yo mientras tanto buscaría el volante con mi núglim.

Explorando los hangares del astropuerto dimos al fin con un aerocoche amarillo. Rodeado por varios millones de mogollones de cafeteras de combate listas para embarcar y todo tipo de vehículos militares. Aquello debía ser el ejército que decían y la verdad es que era grande. Muy grande. Despiporrantemente grande. Desbordado por la superioridad numérica de dos contra treinta y seis millones (exagero, solo eran treinta y cinco millones novecientos noventa mil novecientos ochenta y cuatro), optamos por el sigilo como táctica de cabecera. Nos acercamos lentamente, ocultándonos entre los vehículos. Entonces nos vieron un grupo de cafeteras de combate y antes de que se acercasen para verificar nuestras identidades nos colamos en una especie de avión de combate o lo que fuese aquello. Fui al cuadro de mandos y empecé a tocar todos los botones como un poseso para arrancarlo y salir de allí. Y arrancó, vamos si arrancó. Pero se puso a girar en círculos como un tonto. Y luego empezó a disparar cosas, cosas mas grandes, cosas mucho mas grandes y las cafeteras empezaron a saltar en pedacitos todo alrededor nuestro. Que mareo madre mía, aquello no dejaba de dar vueltas, se veían explotar cosas muy caras allá fuera y ya veía venir la bronca de Teresa por armar tamaño desorden sin permiso. Muerte por acollejamiento vil, sería la condena inapelable. Yo ya preparaba mi defensa: destruir tropas-robot oficialmente inexistentes con armas oficialmente inexistentes no era malo, porque nadie podría quejarse “oficialmente” por lo sucedido. ¿Colaría? No, que iba a colar.

Finalmente el aparato dejó de escupir cosas de hacer daño y se detuvo. El panorama era desolador, todo pedacitos de cosas por todas partes. Salimos. El coche estaba hecho bastante puré. El estómago me recordó que no había comido al pensar en el puré. Y resulta que ahora mientras les cuento esto aún no he comido y tengo una gazuza que para qué. Me disculpan un ratito que voy a llenar el estómago y sigo. Ale.


...


Bueno, ya estoy listo, solo han sido un par de horitas. No, no se preocupen del humo que sale de allí, el incendio ya está controlado, sólo arde en sentido contrario a las agujas del reloj. La culpa es de quien diseñó esta porquería de raciones autocalentables, podía avisar de que dejarlas encendidas sobre materiales termoinflamables no es aconsejable, jo, que uno tiene que saberlo todo.

Les decía que el coche estaba hecho puré pero el volante, aparte de algo chamuscadillo estaba bien. Tú lo dio por bueno y regresamos al punto de reunión.

Cuando llegaron las chicas nos preguntaron si habíamos escuchado el estruendo pero yo, haciendo uso de mis dotes interpretativas innatas, me hice el longuis y negué haber escuchado ningún estruendo. Molly volvía con la tortuga, pero sin caparazón, diciendo algo de recalentamiento y tortuga a la brasa. Teresa había encontrado todo pero había un problema. El iack que había en el espaciopuerto, que mira que ya es casualidad que hubiese uno, oye, pues no estaba en celo. Tú indicó que todo estaba bajo control. Mezcló algunas de las salsas con el cloropotanasio plehidratado, le agregó la mortadela y lo metió en el microondas. Yo me alegré porque creía que Tú nos estaba haciendo la comida. Pero lo que salió del microondas apestaba de muy mala manera. Nos fuimos todos a donde estaba el iack. ¿Han visto ustedes un iack alguna vez? Es muy parecido los osos terrestes, solo que veinte veces más grande y perezoso, con una cresta como de gallo en la cabeza y más manso que un corderito. Manso en estado normal. Cuando huele cerca una hembra reproductora dispuesta entra en un celo bestial, se convierte en la criatura más agresiva que se haya visto. Y el pestazo de la mezcla de Tú no era sino una imitación excelente del olor de la hembra reproductora dispuesta. Molly se tuvo que aplicar a fondo para conseguir cortar los diez pelos y no dejar el pellejo en el intento. El pobre iack sí se dejó gran parte del pellejo, pero corramos un estúpido velo sobre esas minucias, que la protectora de animalillos alienígenas ya me tiene fichado.

Después nos llevó a la sala de misiles y Tú me mandó sacar la cabeza nuclear de uno de ellos. Luego se metió en el hueco y estuvo haciendo... “cosas” con las salsas, los pelos, el candelabro y el volante. Salió y me mandó entrar. Jesús, había usado candelabro con volante para construir una palanca de control heterodoxa, luego había usado pelos de iack con palanca de control heterodoxa y con circuitos de la nave para obtener sistema de control rudimentario. La salsa estaba esparramada por todos lados. Mi cabeza me avisó de que allí pasaba algo raro y recordé porqué había estado haciendo todo eso Tú. Iba a salir de allí cuando entro por el agujero primero una lluvia de raciones autocalentables que me sepultó y después la pobre tortuga descaparazonada. El agujero se cerró y BBRRROOOOMMM, despegamos.

Je, se preguntarán ustedes si un misil puede llegar hasta un satélite lunar. Pues no se molesten que se lo digo yo: no, no puede. Nos incrustamos en un carguero que salía rumbo a Delta Pi Muama, de allí nos arrojaron al espacio por la vía de la patada en el culo y estuvieron jugando al billar espacial con nosotros mandándonos a porrazos contra satélites artificiales, estaciones espaciales y otras cosas que no dirían que puede haber entre un planeta y sus satélites. ¿Qué cómo podía saber Tú que pasaría todo eso? Yo que sé, pero el muy cabrito lo sabía. Estos núglim...

Y aquí acabé, en uno de los satélites del planeta X. ¿Serán ustedes tan amables de avisar a alguien para que venga a recogerme? O mejor, déjenlo, creo que he visto en el misil las piezas necesarias para construir un conversador de fluzo. ¿O era un conservador? ¿Un condimentador? ¿Contenedor, contrastador...? Un eso de fluzo. Ahora sólo necesito un DeLorean. Probaré en aquellos edificios que se ven allí a lo lejos. Ya les contaré en otra ocasión que tal me ha ido.

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